Hacia el último cuarto del siglo XII, Bretaña se convirtió en la temática casi exclusiva del roman en verso: la corte del rey Arturo y las aventuras de sus caballeros y el amor fatal de Tristán e Iseo ofrecían un cuadro privilegiado para las primeras experimentaciones con la ficción literaria en francés. Atrás quedaban pues las historias heredadas de la Antigüedad clásica, cuya traducción del latín a la lengua romance había dado origen al género. Chrétien de Troyes y María de Francia sin duda deben su lugar privilegiado en la historia literaria a este gesto audaz que los llevó a relegar la autoridad de las fuentes canónicas en favor de los fabulosos cuentos que circulaban por medio de de la oralidad. Hue de Rotelande, en cambio, fue a contramano de esta tendencia. Durante la década de 1180, escribió Ipomedon en francés anglonormando y, a diferencia de sus más célebres contemporáneos, se apropió del mundo mediterráneo de los romans antiques, cuya tradición reivindicó y reelaboró. El sur de Italia como marco geográfico desplegó en su obra un universo ficcional alternativo al de las narraciones en boga, con las