Trescientos años después del nacimiento de su autor, estos dos breves ensayos de un Kant ya sexagenario mantienen la audaz frescura que sigue distinguiéndolos de la exigencia especulativa de su monumental obra crítica por zambullirse en asuntos más inmediatos de la historia y las vicisitudes políticas de su tiempo.
En el Kant que se pregunta por el significado de la Ilustración y que bosqueja una comprensión del anhelo cosmopolita de la historia humana aflora una reivindicación desprovista del sobrio comedimiento de las Críticas o, mejor dicho, se despliega el inexcusable corolario de éstas: la libertad concepto que vertebra ambos escritos. El sobrio pensador de Königsberg se muestra, en estas piezas cortas, como un auténtico revolucionario, no tanto en la acción directa cuanto en la definición filosófica de los horizontes que la humanidad, dueña de sus propios designios atreviéndose a servirse de la propia razón, debe afrontar para constituir la ardua pero inevitable sociabilidad que en forma de convivencia civil lleva ínsita su naturaleza.
Aunque nadie diría que el filósofo que nunca traspasó los confines de su ciudad natal fuese un aventurero, las valientes propuestas que estos textos encierran es, sin duda, la de una razón capaz de aventurarse en pos de su autonomía moral y de una comunidad mundial sin muros entre los hombres libres.