Apenas conocida entre nosotros, pero muy célebre y controvertida en la Francia de la segunda mitad del siglo XIX, donde su desprejuiciadacondena de la religión causó un tremendo impacto, Louise Ackermann hadejado un rastro ambiguo en el que conviven la admiración y elescándalo. Rebelde, transgresora, descreída e incómoda, la pensadora y poeta parisina fue motejada de «Satán femenino» por su desusadaprofesión de impiedad, pero incluso sus detractores, como el muycatólico Barbey d'Aurevilly, reconocieron su audacia y sobre todo suvalía literaria. La obra de Ackermann llevó a cotas máximas de osadíala tradición del libre pensamiento, amparada en múltiples lecturas?Lucrecio y su maestro Epicuro, Spinoza, Shelley o Proudhon estuvieron entre sus autores de cabecera? y el propósito de ensalzar un«humanismo comprometido» frente a las fabulaciones de los credosconsoladores. Acogida a una soledad radical, grata a su «indomableindividualidad», Ackermann fue mucho más allá de lo que se esperaba de la literatura escrita por mujeres para defender la ciencia y elprogreso desde una moral austera pero combativa, opuesta a lo