Y si yo pudiera vestirme una vez, dulce señor, como vos vais vestido; tan solo una vez¡Ah! ¿Te gustaría? Pues así será. Quítate tus andrajos y ponte estas galas, muchacho.Es una dicha breve, pero no por ello menos viva. Lo haremos mientras podamos y nosvolveremos a cambiar antes de que alguien venga a molestarnos.Pocos minutos más tarde, el pequeño Príncipe de Gales estaba ataviado con los confusos andrajos de Tom, y el pequeño Príncipe de la Indigencia estaba ataviado con el vistoso plumaje de la realeza. Los dos fueron hacia un espejo y se pararon uno junto al otro, y, ¡hete aquí, un milagro: no parecía que se hubiera hecho cambio alguno! Se miraron mutuamente con asombro, luego al espejo, luego otra vez uno al otro. Por fin, el perplejo principillo dijo:¿Qué dices a esto?¡Ah, Vuestra Merced, no me pidáis que os conteste! No es conveniente que unode mi condición lo diga.Entonces lo diré yo. Tienes el mismo pelo, los mismos ojos, la misma voz y porte, la misma figura y estatura, el mismo rostro y continente que yo. Si saliéramos desnudos públicamente, no habría nadie que pudiera decir quién eras tú y quién